domingo, 24 de mayo de 2009

CARAJO!!!

Ya estamos de nuevo aquí! En primer lugar, os lo confirmamos: sí, conseguimos salir de Perú! No os podéis imaginar el júbilo con el que recibimos el maldito pasaporte de Gerard. Lo recogimos de las manos de un entrañable viejito, el honorable señor Rufino, vice-cónsul de Piura, natural de Soria y que emanaba preconstitucionalidad por los poros. Una vez resuelto el problema buro-diplomático que postergó nuestra estadía en Perú corrimos a tomar el primer bus que nos llevase a Ecuador, país que contemplamos a través de la ventana de éste. Nuestro destino directo fue Quito, de la que nos separaban 18 horas de trayecto, con parada de media hora en Guayaquil, la segunda ciudad mas grande del país, para agarrar otro bus.

Quito nos recibía tranquila, nublada, bella. Allí conocimos a Arnau, un chico catalán que está trabajando en Ecuador como periodista a través de una beca de la agencia de noticias EFE y amigo de jusephus, compañero de viaje de este blog. No tuvimos la oportunidad de conocer mucho la ciudad de su mano por nuestra corta estancia en ella, pero fue agradable compartir conversaciones acompañados por el son cubano y la noche quiteña.

El segundo día nos disponíamos a conocer un poco más la ciudad que dicen que es la capital más bella de América latina. Pero no esperábamos que la visita fuera tan peculiar ni que incluyera un tour por la sede de la policía turística ni por el consulado español en Quito. Sí, otra vez fuimos las inocentes y fáciles víctimas de los rateros, que aprovecharon el menor descuido para llevarse la mochila de mano de Jesús, pasaporte incluido, en medio de la oficina de turismo. Ahí empezó nuestra segunda carrera burocrática que demostró que ya éramos gatos viejos en el asunto. La preocupación estaba en que al día siguiente debíamos tomar un avión a Caracas y empezar el taller de teatro el lunes. Pero la buena estrella de Jesús nos acompañó de cerca y, gracias a que la señora cónsul tenía un día estupendo, conseguimos un pasaporte que parece tener más de 40 años pero válido para cruzar fronteras durante tres meses. Otra vez volvimos a experimentar el placer de recibir un pasaporte, gusto que, sin embargo, no os recomendamos.

Volvimos a relajarnos y dejamos que nuestros pasos se perdieran paseando por el empedrado del esplendoroso centro histórico de Quito, de estilo puramente colonial, con enormes plazas adoquinadas y comercios que conservaban el aspecto de antaño. Efectivamente, Quito nos cautivó y la pudimos elevar a la categoría de ciudad más bella que hemos pisado a lo largo del viaje. Pero por el momento queda en nuestras memorias como una belleza misteriosa, desconocida que encontramos en una noche de estrellas y que no volvimos a ver.

Al día siguiente nos plantamos al aeropuerto a las 5:30 de la mañana, pero el avión salía una hora más tarde de lo previsto. Pasamos los controles de inmigraciones sin problemas, cosa que no teníamos clara debido a los jaleos con los pasaportes. Después de 3 horas de vuelo llegamos a Caracas, una ciudad de cemento, con grandes edificios, nudos de carreteras y humo. Allí vimos a Varo, el amigo de Jesús que nos facilitó el contacto con el Ministerio de la Cultura a través de Luis Felipe. El encuentro fue corto, tan sólo dos horas de espera del autobús a Maturín. La casualidad ha hecho que él se marche de Venezuela después de cuatro años justo cuando llegamos nosotros. Finalmente subimos a la nevera con ruedas que se hace llamar autobús, que nos llevaría a Maturín. 30ºC en el exterior, 10º C en el interior, todos tapados con mantas y jerseis, es el único momento del año en el que pueden usarlos. Y en Maturín empieza otra historia...